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Noticias Internacionales - Febrero 2014


7 de febrero de 2014

El Acuerdo hídrico israelo-jordano deja a los palestinos en la estacada

 

Los medios de comunicación internacionales elogiaban recientemente un nuevo proyecto respaldado por el Banco Mundial que supuestamente “salvará” el Mar Muerto y demostrará que la paz es posible si se coopera en la gestión de los recursos naturales. Pero el proyecto sólo amenaza con empeorar una situación ya de por sí desastrosa, y con robar a los palestinos su derecho al agua. 

El Mar Muerto, el legendario lago salado que limita con Jordania, con el Israel actual y con Cisjordania ocupada, disminuye a un ritmo alarmante de cerca de 1,5 metros por año. Como resultado, los hoteles que se construyeron hace escasos años justo en la línea de costa se encuentran ahora a decenas de metros de la orilla del agua. 

Los estudios de evaluación medioambiental demuestran que algunos de los daños causados —por ejemplo, en la cuenca del Acuífero del Este— son ya irreversibles. Para frenar y revertir esta catástrofe, Israel y Jordania propusieron en 2002 construir un canal de 180 kilómetros para llenar el Mar Muerto con agua del Mar Rojo. Afirmaron —falsamente— que el proyecto evitaría la destrucción del Mar Muerto. Pero el proyecto nunca abordó la causa más obvia y directa de la devastación: el desvío por parte de Israel del caudal del río Jordan en su parte alta, que es el que alimenta el Mar Muerto. 

En consecuencia, el flujo natural del río Jordán —la masa de agua sobre la que la tradición cristiana sostiene que Jesús fue bautizado— al Mar Muerto se ha reducido de 1.350 millones de metros cúbicos (mmc) anuales de agua dulce a unos escasos 20 mmc. 

Eso representa únicamente el 2% de su flujo original. Y es más: este triste resto está compuesto sobre todo de aguas negras y salmuera —agua salada— que Israel vierte al sur del lago Tiberíades. Además, las industrias mineras israelíes y en menor escala las jordanas, extraen potasio (utilizado como fertilizante) y otros minerales de la zona sur del Mar Muerto. La intensa explotación minera es lo que acelera en buena medida la desaparición del lago salado. A los palestinos, por su parte, a pesar de compartir la orilla del Mar Muerto, nunca se les ha autorizado a compartir la riqueza mineral de la región ni a extraer agua dulce del río Jordán. 

Consecuencias ambientales devastadoras 

El 12 de diciembre de 2013, Israel, Jordania y la Autoridad Palestina firmaron un memorando de entendimiento en Washington. Este acuerdo no se debe confundir con los planes que el Banco Mundial ha diseñado para el mega proyecto del Canal Mar Rojo-Mar Muerto. 

En este nuevo acuerdo se describen iniciativas de menor calado que incluyen la construcción de una planta desalinizadora en Aqaba, el único puerto marítimo de Jordania, situado en el Mar Rojo. Produciría agua dulce que se vendería a la vecina ciudad de Eilat situada en el Israel actual. 

El acuerdo incluye asimismo una propuesta de construcción de un oleoducto que transporte los residuos de salmuera procedentes de la desalinización, un subproducto del proceso, desde Aqaba hasta al menguante Mar Muerto. Esta propuesta es de momento solo eso, una propuesta. La alternativa sería deshacerse de los residuos de salmuera en el Golfo de Aqaba, cuyos frágiles arrecifes de coral podrían sufrir daños devastadores por el efecto. 

A “cambio” del Acuerdo Aqaba-Eilat, Israel exportaría más caudal de agua a Jordania procedente de la zona del lago Tiberíades, en el norte, aunque de momento no está claro de qué fuentes se extraería el agua que podría requerir, además, tratamiento adicional en Jordania. 

Una estimación conservadora del coste del proyecto de desalinización de Aqaba indica que puede ascender a 400 millones de dólares, mientras que el proyecto del Canal del Mar Rojo-Mar Muerto del Banco Mundial está calculado en más de 10 mil millones de dólares. 

El proyecto del Banco Mundial —oficialmente conocido como Proyecto de Distribución del Mar Rojo-Mar Muerto (RSDSCP, en sus siglas en inglés)— provocaría, según advierten grupos palestinos y expertos hidrográficos, un daño irreversible al medio ambiente y contribuiría a que Israel desposeyera aún más a los palestinos de sus derechos de agua. Sin embargo, Israel, y especialmente Jordania y el Banco Mundial, anuncian que el acuerdo de la planta de desalinización de Aqaba y de intercambio de agua es un “plan piloto” o, si se quiere, una primera etapa para comprobar el impacto medioambiental que pueda resultar de verter la mezcla de agua y subproductos de la desalinización del Mar Rojo en el Mar Muerto. 

Se trata obviamente de una iniciativa para atraer financiación al viejo proyecto de RSDSCP. 

Los palestinos excluidos 

Debe hacerse hincapié en que los palestinos están excluidos tanto del acuerdo de Aqaba como del de Tiberiades. Israel rechazó la petición palestina de ser incluidos en el proyecto de abastecimiento del norte. Por lo tanto, este proyecto es puramente un acuerdo bilateral entre Israel y Jordania. Un acuerdo aparte, no obstante, incluye la posibilidad de vender más agua a los palestinos. 

El agua a vender provendría de fuentes hasta ahora no reveladas aunque ajenas al “sistema israelí”; no sería agua dulce sino agua del Mar Mediterráneo desalinizada y a un precio prohibitivo. Así, los derechos ribereños de los palestinos —el derecho a usar el agua porque sus fronteras territoriales limitan con las orillas del río Jordán y con las del del Mar Muerto— se intercambian a la sazón por el subsidio palestino a la industria israelí de desalinización que prolifera en este Estado. 

Resulta irónico que sean las obras desarrolladas por la industria química y petrolera israelí en el Mar Muerto (relacionadas directamente con la industria de desalinización), las que han causado la mayor parte de la destrucción del medio ambiente en la región. 

Caída en picado 

El proyecto de la planta de Aqaba no proporcionaría a Jordania (que padece una importante escasez de agua) más que cantidades moderadas de agua desalinizada; entre 30 y 40 mcm por año. La vecina Eilat, cuyo consumo doméstico de agua ya duplica la tasa del resto de Israel, dispondría de una cantidad similar. 

Por otra parte, la planta de Aqaba sólo canalizaría unos 200 mmc anuales hasta el Mar Muerto, muy por debajo de lo que sería necesario para revertir o incluso detener el drástico descenso del nivel hidrográfico del lago, y a costa causar mayor perjuicio a la singular ecología de la región. 

En lugar de presionar a escala internacional para revertir las consecuencias de décadas de desvíos y mala gestión del río Jordán por parte israelí que ha causado la catástrofe medioambiental en curso, Jordania y la Autoridad Palestina se dedican a firmar acuerdos que convertirá en permanente una situación ya insostenible. Además, su proyecto hace caso omiso de las preocupaciones —y derechos— de los otros Estados ribereños, Líbano y Siria. 

Ni los gobiernos que firman los acuerdos, ni los medios de comunicación que alaban su proyecto, han examinado seriamente sus consecuencias o las alternativas. Tampoco les preocupa lo que la sabiduría popular conoce tan bien: que en una región desesperadamente sedienta y con una población en rápido crecimiento, se necesita mucha más agua. 

Excedente de agua de Israel 

La modesta cantidad de agua que Jordania obtendría de Israel en el norte sería apenas suficiente para satisfacer las necesidades de su creciente población, más aún si se consideran las necesidades derivadas de la afluencia de cientos de miles de refugiados sirios que acuden a este país. En cuanto a los palestinos, como se ha señalado, solo obtendrían acceso a agua desalinizada en Israel a un precio muy costoso. 

En virtud de este acuerdo, ni Jordania ni los palestinos verían aumentada su participación en las aguas del río Jordán, lo que supondría consolidar un status quo manifiestamente injusto en el que Israel desvía parte del flujo. 

Lo cierto es que la estructura del acuerdo es muy reveladora: en la última década, Israel se ha convertido en una potencia hidrográfica regional con un gran excedente de agua. Ello se debe al desarrollo de su industria de desalinización a gran escala y a la re-utilización de las aguas residuales, además de su control permanente y total de todas las fuentes de agua dulce de la Palestina histórica. 

Israel, por lo tanto no “necesita” agua, mucho menos más agua: su interés en estos momentos es exportar y vender agua. Lo que acabará haciendo será vender a los palestinos y a los jordanos suministros de agua que ya son suyos por derecho. 

No es de extrañar que el ministro israelí de Energía y Agua, Silvan Shalom, elogiase el plan afirmando que se trata de “ un acuerdo histórico mediante el que se cumple un viejo sueño de Theodore Herzl [fundador del sionismo]”. 

Ningún beneficio para los palestinos 

En los diferentes comunicados de prensa y en las declaraciones sobre el acuerdo de diciembre hay muchas contradicciones. Al parecer, todas las partes tienen interés en que los términos del memorando permanezcan secretos. 

Israel tiene una buena razón para celebrar esta estafa como si fuera un avance histórico: sus intereses y no la paz. Lo mismo ocurre con los estadounidenses a los que les quedan ya pocas iniciativas para el “proceso de paz”. 

Por su parte, Jordania, depauperada en sus recursos económicos y también en los hídricos, está desesperada por conseguir cualquier cantidad de agua posible. Sus bancos asimismo están esperando que el paquete de “la paz y la cooperación” atraiga donantes internacionales para pagar los enormes costos de las infraestructuras. 

Los palestinos, sin embargo, no tienen nada que ganar, lo que hace aún más incomprensible por qué la Autoridad Palestina presenta el acuerdo como un avance positivo. ¿Por qué tendrían que dar legitimidad los palestinos a la falsa promesa de que es un acuerdo hidrográfico regional, cuando de lo que se trata realmente es de intensificar la dependencia palestina de las fuerzas de ocupación en términos más desfavorables y a riesgo de que se les siga despojándoles aún más de sus derechos históricos al agua? Por supuesto, bajo la ocupación, los líderes palestinos tienen poco o ningún acceso a tan necesarios recursos hídricos adicionales. 

Pero ¿por qué este acuerdo no se divulga y no se discute públicamente? ¿Por qué la AP desconfía tanto del pueblo al que se supone que representa? En lugar de ello, una vez más la AP coloca el destino palestino en manos de Israel, de Estados Unidos y del Banco Mundial. 

Las autoridades palestinas ignoran a los palestinos 

En octubre de 2013 las organizaciones palestinas del sector hídrico expresaron su firme oposición al macro proyecto del Canal Mar Rojo-Mar Muerto del Banco Mundial. Instaron a la AP y a la OLP a que condenasen y detuvieran toda forma de colaboración con el sistema del Banco Mundial y con sus socios. 

En respuesta, la AP, representada por la Autoridad Palestina del Agua, les hizo caso omiso, las excluyó por completo de las consultas y de las decisiones, y las sorprendió con el nuevo acuerdo Aqaba-Tiberias. 

¿Por qué la AP se siente obligada a firmar un acuerdo que no contempla ninguna de sus demandas, ni aborda remotamente sus “históricos” intereses estratégicos? ¿Podría ser que otra vez, como tantas veces antes, se haya obligado a firmar a la AP? Dado el fuerte interés de Israel y del rey de Jordania en el acuerdo, el líder de la AP Mahmud Abbas habría recibido una intensa presión para no echar a perder el intercambio de derechos por desalinización. 

El acuerdo hidrológico entre Jordania, Israel y la Autoridad Palestina ejemplifica por sus características los rasgos comunes a todos los demás acuerdos firmados durante el “proceso de paz”: sacrifica los derechos palestinos en el altar de los intereses israelíes y extranjeros, se acomoda al injusto statu quo, y vuelve a presentar el despojo y la discriminación como pasos hacia la “paz”.


 




Fuente:
7 de febrero de 2014, El Acuerdo hídrico israelo-jordano deja a los palestinos en la estacada. www.rebelion.org
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