El aparato funciona a partir de paneles solares, por lo que permite ahorrar energía y presenta un alto grado de sostenibilidad.
Nguyen Tan Loi es un estudiante vietnamita que con tan solo 17 años ha inventado una máquina que convierte agua salada en agua potable. Una idea que se le ocurrió tras un viaje a una zona costera donde la población era muy humilde y era necesario ahorrar hasta la última gota de agua corriente, tal como recoge el portal ‘VietnamNet Bridge’.
El estudiante del Instituto Nguyen Dinh Chieu, situado en la localidad de Ben Tre, quiso mejorar la idea de otros dos escolares del mismo centro, que tiempo atrás habían creado un aparato parecido, aunque ineficaz. Con la voluntad de ayudar a las personas que viven en áreas donde escasea el agua potable, Loi empezó a trabajar en mayo del 2015 y, tras varios problemas durante su proyecto, logró terminarlo, en enero pasado.
El primer convertidor de agua salada se puso en el centro educativo al que asiste Loi. Funciona a través de paneles solares, convirtiéndose en una máquina respetuosa con el medio ambiente, pero el joven inventor todavía no está totalmente satisfecho, y quiere crear nuevas versiones del aparato que tengan mayor capacidad.
“La primera máquina tiene poca capacidad porque solo hay un tubo de vidrio, así que solo puede proporcionar suficiente agua para beber”, explica Loi, quien planea crear una máquina con siete tubos para poder producir hasta 30 litros de agua al día, algo que asegura que “sería de gran ayuda para el día a día de las personas”. Y es que si algo quiere este joven vietnamita es ayudar a la gente más humilde de las zonas rurales, por lo que en caso de llegar a la fase de producción la máquina debería ser “suficientemente barata para ellos” y tendría un precio “inferior a 40 euros”.
Actualmente 663 millones de personas en el mundo tienen problemas para disponer de agua diariamente, lo que ocasiona graves problemas en los países que disponen de menos recursos. Así, según los últimos datos publicados, la falta de agua adecuada al consumo provoca 450.000 muertes infantiles anuales y supone, además, problemáticas sociales para las mujeres y los niños que deben desplazarse durante horas para conseguir este recurso básico en zonas vulnerables.
