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Noticias UNAM - Marzo 2010


4 de marzo de 2010

Daños a los humedales afectan a todo el país

Cuando el ser humano altera algún cuerpo de agua los efectos negativos pueden percibirse a más de 800 kilómetros de distancia Omar Páramo “Si se conservan los humedales estamos garantizando que ni los campos de cultivo o los poblados se inundarán, y que habrá suficiente líquido de reserva para todas nuestras necesidades; sin embargo, si los destruimos deberemos encarar esos dos problemas, como en la Ciudad de México, que se inunda y, al mismo tiempo, carece de agua”, señaló Antonio Lot Helgueras, secretario ejecutivo de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel de Ciudad Universitaria.

El académico recibió recientemente un reconocimiento por parte del Gobierno de México –por medio de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales– por su importante contribución al conocimiento de las plantas acuáticas en los humedales de México.

Investigador precursor
“Soy precursor en este tipo de trabajos, pues hace 40 años, cuando decidí dejar mi vida en el Distrito Federal e irme a residir a Veracruz para estudiar los pastos marinos, no se sabía casi nada sobre el tema”, recordó el también investigador del Instituto de Biología. “En esas épocas, emprender este tipo de proyectos equivalía a lanzarse a la aventura, y lo hice, sin dinero pero con el apoyo de mis profesores de la UNAM”, agregó.

Así, con una mochila llena de ropa a sus espaldas, libros bajo el brazo y mucho entusiasmo, el joven Antonio se mudó al puerto para conocer de primera mano los pastos marinos “y obtener el ojo entrenado que sólo tiene la gente que hace trabajo de campo, porque eso –no importa cuánto se lea– no se aprende en el aula”.

De finales de la década de los 60, una de las cosas que más recuerda es el tiempo que pasó haciendo observaciones al lado del mar, tomando notas y comparándolas con las de la escueta bibliografía que había en ese entonces. Esta experiencia no sólo se tradujo en una tesis de licenciatura, sino también en un viaje a Leiden, Holanda, donde Lot Helgueras, con apenas 24 años, representó a México en la Primera Reunión Mundial sobre Pastos Marinos.

“Fue en esa época cuando el mundo comenzó a tomar conciencia de la importancia de este tipo de vegetación, su relación con el entorno e incluso de su impacto en la industria (en ese caso particular en la pesquera)”, comentó. “Desde aquel encuentro han pasado 40 años y en México apenas hemos comenzado a considerar la importancia de estas especies; hemos ido lento, pero lo bueno es que ya nos preocupan estos temas.”

Un equilibrio frágil
Durante mucho tiempo los estudiosos no consideraron algo que hoy es evidente: cuando el ser humano altera algún cuerpo de agua los efectos negativos pueden percibirse a más de 800 kilómetros de distancia, “porque los ecosistemas acuáticos, aunque no se aprecie a simple vista, siempre están intercomunicados”, explicó el exdirector del Instituto de Biología.

“Por ejemplo, si deforestamos la parte alta de una montaña, el agua no se detendrá ni se filtrará adecuadamente, y arrastrará una serie de sedimentos de suelo que llegarán a cuerpos líquidos muy distantes y, finalmente, al mar”, añadió.

En nuestro país, las acciones predatorias tienen muchas variantes y ocurren en los sitios más disímbolos, debido a que México es un país megadiverso con un complejo sistema de humedales que abarca costas, lagunas costeras, litorales, arrecifes coralinos, lagos y ríos, entre otros.

“Desafortunadamente no supimos entender que todo estaba intercomunicado ni que las consecuencias de dañar uno de estos cuerpos de agua tendría repercusiones apreciables a cientos de kilómetros a la redonda”, agregó Lot Helgueras.

Sin embargo, el biólogo se muestra optimista al señalar que actualmente están protegidos 55 humedales, “y eso nos compromete a todos, como sociedad, a cuidarlos y entender que su valor va mucho más allá de lo estético”.

Guadalajara en un llano, México en una laguna…
“En apenas medio siglo se han perdido muchos ecosistemas acuáticos, como el de la Cuenca de Lerma, entorno lacustre del centro de México cuya afectación explica, en parte, los problemas hídricos del Distrito Federal, aunque tampoco hay que olvidar que esto se agrava porque la ciudad se construyó sobre un lago”, advirtió Lot Helgueras.

El académico señaló que, desde sus orígenes, los habitantes de la antigua Tenochtitlan aprendieron a respetar los humedales y aprovechar los recursos que éstos reportaban, “pese a lo complicado que resultaba vivir unos cuantos centímetros por encima del nivel del agua. Luego, con el paso de los siglos, lo que hicimos, en vez de adaptarnos y convivir con la naturaleza, fue sellar este lago con una capa de concreto”.

Hoy padecemos los efectos de esa decisión y enfrentamos muchos problemas derivados del hecho que, como el agua se encuentra a apenas unos metros bajo la urbe, tarde o temprano ésta se abre camino a la superficie, ocasionado las inundaciones que recurrentemente padecemos los capitalinos, expuso el ambientalista.

De tomarse las medidas pertinentes, podrían “matarse dos pájaros de un tiro”: solucionar el asunto de las inundaciones y la falta recurrente de agua para consumo humano. Aunque en este afán por deshacerse rápidamente del líquido que genera estancamientos, se obra equivocadamente y se desperdicia un recurso que sería muy útil en época de sequía.

“Esto equivale a cometer dos errores, pues lo conveniente sería modificar los sistemas de captación natural de agua. Si lográramos esto, podríamos echar mano del líquido en tiempos de escasez y resolveríamos tanto los problemas ocasionados por las inundaciones como los de falta de suministro que padecen muchas colonias”, indicó.

“Lo primero que debemos recordar es que vivimos sobre un lago, que no es el mejor lugar para construir una ciudad, sobre todo si no manejamos de manera inteligente el agua, porque eso agrava nuestros problemas”, advirtió.

Ecosistemas enfermos
Como pasa con todos los seres vivos, los ecosistemas pueden estar sanos o enfermos, y para saber qué tan bien o mal se encuentran, es necesario realizar un diagnóstico, “y eso es a lo que me dedico”, compartió Lot Helgueras.

Por ello, como si se tratara de un médico, el científico analiza los cuerpos de agua, y en vez de estetoscopio, abatelenguas y rayos X, Lot Helgueras se vale del estudio de la composición florística para determinar qué tan bien conservado está un lugar, “pues a fin de cuentas, la vegetación es uno de los mejores termómetros del estado de salud de los humedales.

“A veces es difícil detectar la afectación; sin embargo, uno de los síntomas más claros es la presencia de especies exóticas y agresivas –como el lirio acuático en el Valle de México– que compiten y terminan por ganarle terreno a la vegetación originaria, fenómeno que altera la biota del sitio y causa la pérdida de biodiversidad”, expuso.

Dicho deterioro se da gradualmente y los diferentes estadios de sucesión permiten señalar cuándo el ecosistema se encuentra en una etapa temprana de perturbación y cuándo en una fase de daño extremo, agregó el experto.

“Este tipo de observaciones nos ha permitido intervenir oportunamente en lugares como la laguna de Tecocomulco, a donde llevamos chinampas para fomentar el cultivo de ciénega entre los lugareños, tarea en la que nos ayudó gente de Xochimilco y que permitió a la comunidad aprovechar recursos generados a orillas del lago.”

Aunque parezca difícil, aún se puede hacer mucho por los humedales, la clave radica en estar al tanto de sus malestares para intervenir a tiempo, “lo que requiere la participación de las comunidades y un monitoreo por parte del gobierno, ya sea estatal o municipal, porque sin este tipo de apoyos la tarea resulta sumamente complicada”, sugirió el doctor en Ciencias Biológicas.

Alertas tempranas
Con el conocimiento que se tiene hoy de las plantas acuáticas mexicanas y su relación con el entorno (gran parte de éste generado por Lot Helgueras y su equipo de colaboradores), es posible prever algunos escenarios a futuro, “claro, si se comienzan a tomar medidas preventivas desde ahora”.
El problema es que, con frecuencia, pesan más otro tipo de intereses –principalmente económicos–, los cuales ponen trabas a los esfuerzos de preservación, “como cuando a principios de los años 90 un grupo de hoteleros me consultó sobre si resultaba adecuado dejar los pastos marinos en la costa de Cancún y yo les respondí que sí, porque se trataba de una planta que fijaba el suelo costero, haciendo que los daños ocasionados por los ciclones se minimizaran, además de que evitaba que ciertos sedimentos llegaran al agua, lo que le da a los mares del Caribe su característica transparencia”.

Sin embargo, recordó el académico, a los empresarios les pareció que estas plantas no lucían muy acorde con lo que suponían debía ser una playa de descanso, pese a que pisar el pasto marino no es muy diferente a posar la planta del pie sobre el césped. “No se hizo caso, acabaron con esa vegetación, y ahora, 20 años después, comienzan a verse las consecuencias de ello, pues cada vez hay menos arena debido a que ésta ha sido barrida por los fenómenos meteorológicos y las aguas oceánicas han comenzado a perder su típico color turquesa.”

Ese es apenas un ejemplo de muchos similares, apuntó el profesor, quien concluyó que lo que corresponde ahora es tomar decisiones para, en la medida de lo posible, revertir las condiciones actuales o, por lo menos, evitar que se agraven.

Fuente:
Gaceta Universitaria 4 marzo 2010
http://www.dgcs.unam.mx/gacetaweb/historico.html

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