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Noticias Nacionales - Agosto 2016


10 de agosto de 2016

Vulnerabilidad a Huracanes entierra pueblos y comunidades

Nidia Marin

Borrados del mapa, enterrados debajo de la tierra de los deslaves, bajo las aguas, los escombros, la lava; destruidos por el viento y los sacudimientos, pueblos enteros, comunidades y colonias desaparecen cada cierto tiempo, al pagar México muy cara su vulnerabilidad ante los desastres. Muertos, damnificados, destrucción de viviendas y de infraestructura son el elevado precio que, en moneda nacional en lo que va del siglo XXI suma aproximadamente 550 mil millones (34 mil 380 millones anuales de acuerdo a la ONU).

La Pintada, en Guerrero, en 2013, por deslave; El Potrero, del municipio de El Mezquital, en Durango, por deslave en 2015; la comunidad de Xaltepec, de Huauchinango, Puebla y las colonias La Joya, Guadalupe, Aurora y La Cumbre, del mismo municipio por deslaves y desgajamiento de un cerro, lo más reciente. Solamente son unos ejemplos, causados por las lluvias derivadas de los ciclones tropicales: “Odile”, “Manuel”, “Marty” y “Earl”.

Y es que el Cenapred explica sobre los ciclones tropicales que “son grandes máquinas de la naturaleza que se alimentan de energía térmica proveniente del mar. La temperatura del mar ideal para la formación de estos meteoros es arriba de los 26º C, por lo que el monitoreo de esta variable es una manera de conocer las zonas donde es posible que los ciclones se desplacen manteniendo o incrementando su intensidad. De hecho, el Caribe mexicano, así como la costa sur del Pacífico mantienen temperaturas de la superficie del mar que permiten sustentar ciclones tropicales durante todo el año”.

Y si de consuelo nos sirve, precisa, “…históricamente, ningún ciclón tropical ha afectado a México en el mes de mayo”, pero ¡cuidado! porque “en el mes de agosto se nota un incremento en los ciclones tropicales que llegan a afectar a nuestro país, siendo septiembre el mes con mayor número de ciclones tropicales que afectan directamente nuestras costas. En noviembre todavía existe una probabilidad de que se produzcan afectaciones por estos fenómenos”.

El Atlas Nacional de Riesgos señala entidades y ciudades con alto riesgo por inestabilidad de laderas: Puebla, Ciudad de México, Ecatepec, en el Estado de México; Mérida, en Yucatán; Querétaro en el Estado del mismo nombre; León, en Guanajuato; Guadalajara, en Jalisco; la ciudad de San Luís Potosí; Monterrey, Nuevo León, Torreón, Coahuila; ciudad de Chihuahua; Culiacán, Sinaloa y Hermosillo, Sonora.

En el siglo pasado, en 1998, Valdivia, en Mapastepec, Chiapas fue borrado del mapa debido a las inundaciones producidas por las intensas lluvias del huracán Mitch.

También hay otros pueblos desaparecidos por la acción de los volcanes. En 1943, San Juan Parangaricutiro o San Juan de las Colchas en Michoacán, con motivo del nacimiento del volcán Paricutín. Y lo mismo sucedió con el poblado Magdalena Coalpitán (reconstruido con el nombre de Francisco León), en Chiapas, habitado por indígenas zoques y arrasado por la erupción del volcán Chichonal en 1982.

Por desastres no paramos, más asegura la Cenapred que 90 por ciento de los daños y pérdidas desde 1991 son de origen hidrometeorológico y que las mayores afectaciones se dan entre la población que vive en condiciones de alta marginación.

Los millones que nos cuestan

Más allá de las lamentables pérdidas de vida, están los onerosos costos económicos. Y no son pocos los estados en riesgo. Suman 17 las entidades ubicadas en zonas de peligro, donde vive casi la mitad de la población del país. Entre tales estados están Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León.

En 2013 los ciclones tropicales “Ingrid” y “Manuel” que azotaron a Guerrero y a 20 entidades más, tuvieron un costo para nuestro país de 3 mil 041.4 millones de dólares (haga usted el favor lector de convertirlos a pesos de aquellos), pero la suma de todos los desastres en ese año fue de 4 mil 816.8 millones de dólares.

Sólo el ciclón tropical “Odile” en 2014 causó daños por 2 mil 476.9 millones, en Baja California Sur.

De acuerdo al Programa Nacional de Protección Civil y al Centro Nacional de Desastres, entre el año 2000 y 2014 la suma de las afectaciones fue de 2 mil 147 millones de dólares. Además fueron 186 los decesos en ese lapso aunque hay que hacer notar que entre 1980 y 1990 sumaron 506.

El peor año en el actual siglo fue 2010, los desastres causaron daños por 7 mil 384.1 millones de dólares y México ocupó el sexto lugar en el mundo en la materia.

De acuerdo al diario de Gran Bretaña The Telegraph, que elaboró un mapa al respecto, los diez países de mayor riesgo de sufrir desastres naturales son Vanuatu (36.4 por ciento), Tonga (28.2 por ciento), Filipinas (27.5 por ciento), Guatemala (20.9 por ciento), Bangladés (19.8 por ciento), Islas Salomón (18.1 por ciento), Costa Rica (16.9 por ciento), Camboya (16.9 por ciento), El Salvador (16.8 por ciento) y Timor Oriental (16.4 por ciento). México, hoy, no está contemplado, ha mejorado aunque no lo suficiente.

Tereza Cavazos en su libro “Conviviendo con la Naturaleza El Problema de los Desastres Asociados a Fenómenos Hidrometeorológicos y Climáticos en México (un trabajo auspiciado por el Redesc Lim, Conacyt, Cicese, Inecc y Cenapred) lo explica:

“México enfrenta una serie de obstáculos que dificultan la construcción de esquemas operativos para prevenir el riesgo de desastres y mejorar su gestión. Destacan cinco aspectos: 1) la falta de series de tiempo continuas y de largo plazo de datos hidrometeorológicos y climáticos (HMyC) en diferentes partes del territorio nacional; 2) la escasez de estudios que documenten y analicen las causas físicas y sociales de los desastres a partir de un enfoque multidimensional necesarios para el diseño de estrategias de prevención y reducción del riesgo de los desastres; 3) la estructura y la cultura de operación de las instituciones del sector público, incluyendo las dedicadas a la protección civil, se basan en esquemas de trabajo sectoriales con planes operativos fragmentados por lo que su capacidad para tratar problemas complejos es limitada; 4) la falta de indicadores y métricas que representen los riesgos de las amenazas naturales y la vulnerabilidad diferenciada a escala local y regional, y 5) la inexistencia de una cultura de resiliencia al riesgo a desastres basada en programas proactivos, no reactivos; es decir, hacen falta planes y programas continuos de prevención con una visión de adaptación al riesgo de desastres en el corto, mediano y largo plazos”.

Infaustos son los recuerdos

El ejemplo más triste es el de La Pintada, en Guerrero, donde por el deslizamiento de tierra fallecieron 70 personas en el año 2013 como consecuencia de las lluvias. Otro caso grave fue el ocurrido en 2010 en la comunidad de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca tras el derrumbe de un cerro que sepultó a buena parte del pueblo y causó once muertos. Antes ya había ocurrido la tragedia de Angangueo en 2010 con saldo de 18 muertos que se sumaron a los desaparecidos y en total fueron 32.

Los tres son casos de reubicaciones ante los peligros de vivir debajo de los cerros o en sus laderas o a las orillas del río. El problema es que, en lo general, ahogado el niño se tapa el pozo.

No es tanto un asunto de responsabilidad del Gobierno federal que, por cierto, en la actual administración ha tratado de establecer la protección civil sobre todo en los municipios riesgosos, sino de los alcaldes y los gobernadores. Y además, están nuestros queridos compatriotas que se niegan a salir de los lugares, no obstante saber que pueden morir. El caso más recientemente conocido, indudablemente es el de las inundaciones de Villahermosa.

Como señalara el Colegio de México, en el trabajo “Causas de un desastre: Inundaciones del 2007 en Tabasco, México”, realizado por los investigadores María Perevochtchikova y José Luis Lezama de la Torre:

“La inundación en octubre del 2007 en el Estado de Tabasco, con cerca del 62 por ciento del territorio cubierto de agua y hasta el 75 por ciento de población damnificada en 679 localidades de 17 municipios del Estado, tuvo un grave impacto socioeconómico a nivel estatal, relacionado con las pérdidas y daños en la infraestructura (caminos, puentes, etcétera), en sectores productivos (actividad agrícola, industria, entre otros), social (vivienda, salud, educación) y en términos ambientales; sin embargo, según la información oficial, no hubo descensos en vidas humanas. La cifra total de daños y pérdidas llegó a más de 3 billones de dólares americanos (33 mil 215.8 millones de pesos), con mayor impacto en el sector productivo (31.77 por ciento) en la agricultura (26.85 por ciento) y menor en el medio ambiente, con un 0.49 por ciento”.

El asunto es que la gente de Villahermosa se negó a ser reubicada. Eso sucedió también en Guerrero después de los estragos de “Ingrid” y “Manuel” y por donde se le busque, quizás porque los traslados son forzadas y no llevan de por medio el convencimiento.

Prefieren el grave riesgo

Y es que en México las reubicaciones de población son causas de gritos y sombrerazos. Nadie acepta trasladarse a otro sitio y prefiere seguir en el riesgo.

Exponen en Redalyc, Hugo Ignacio Rodríguez García, Alicia Cuevas Muñiz y Aideé Arellano Ceballos en su texto “La reubicación humana por desastre en Angangueo, Michoacán Entre la participación y significación social:

“…cualquier proyecto de reubicación debe realizarse con un enfoque participativo en el que la población objetivo del reasentamiento esté incorporada en la toma de decisiones, en la ejecución y en la culminación del proyecto. De no considerar los factores de ubicación, diseño y participación de la población objetivo, la experiencia del reasentamiento puede ser traumática y conllevar a la disolución de las redes sociales, laborales, familiares y de colaboración; y en el peor de los casos el proceso puede propiciar el empobrecimiento de la comunidad. Por todos estos costos sociales, culturales y económicos, las reubicaciones humanas deben ser consideradas como última opción para mitigar riesgos. Ahora bien, la reubicación por desastre debe entenderse como un proceso enmarcado en otro mayor, es decir, en el proceso del riesgo-desastre. De este modo, se parte del hecho de que el desastre se construye social e históricamente y no es originado por los terremotos, lluvias, erupciones volcánicas, etcétera, como generalmente se llega a creer”.

Es posible, consideramos, que en el caso de quienes están ubicados en los cerros que en su mayoría son terrenos federales, desde antes se les expliquen los riesgos y se les convenza de reubicarse en terrenos también federales y que no estén alejados de los sitios donde vivían.

En lo general el caso de La Pintada es un buen ejemplo, por lo menos lo que se observa después de la tácita construcción del poblado. ¿Fue Rosario Robles quien los convenció?



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Fuente:
Nidia Marin, 10 de agosto de 2016, Vulnerabilidad a Huracanes entierra pueblos y comunidades. www.elsoldemexico.com.mx
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