Ayutla, 21 de febrero. Si no fuera porque les construyeron unas casas estrechas donde se concentra el calor en las secas y se cuela la lluvia en las aguas, la condición de los desplazados de la sierra de Coyuca de Catalán refugiados en una colonia de La Unión, Ayutla, desde hace tres años que huyeron de la violencia, fueran iguales desde entonces.
Hay un ligero cambio, coinciden los desplazados: cuando llegaron al predio de 10 hectáreas que les compró el gobierno del estado que llamaron colonia Libertad, ubicado a unos 30 minutos de La Unión y a la ribera de un arroyo, el caudal de agua corría con fuerza pero hoy se encuentra seco.
La tarea de los niños de la comunidad de desplazados que creó la familia Díaz Pérez, por las tardes, después de la escuela, es rascar en la arena por donde pasaba el arroyo para sacar agua del suelo y tener qué beber.
El río también tuvo sus buenos tiempos, al menos los dotaba de agua mientras les cumplían con todo lo que les prometieron al salir de la sierra. De eso, sólo las casas en un terreno de riesgo les han entregado.
En diciembre de 2012 salieron de La Laguna, Hacienda de Dolores y Los Ciruelos casi dos decenas de familias huyendo de la violencia y de la persecución de los grupos que controlan la venta ilegal de la madera y el trasiego de la droga, revelaron las propias autoridades entonces.
El último crimen antes de que se decidieran a salir fue el de la líder ecologista Juventina Villa Mojica, el 28 de noviembre de 2012. Antes, el 15 de febrero de 2011, mataron a su esposo Rubén Santana Alonso, el ecologista que comenzó a denunciar la condición de vida de la agente en la sierra de Coyuca de Catalán, basada la sumisión de los grupos que traficaban la madera.
Los ecologista asesinados son una especie de líderes de las familias asentadas en Ayutla en condición de desplazados, admite Mariana Díaz Pérez, una jefe de familia de los Díaz Pérez.
Junto a los Díaz Pérez se desplazaron los Santana Alonso, que viven en Tepango, Ayutla, otro asentamiento que surgió a raíz del éxodo. En total, 15 familias se desprenden de esos dos núcleos familiares y están repartidos en ambas comunidades.
En junio de 2013, durante una primera visita a las comunidades para recabar los testimonios de sus vidas, los desplazados vivían entre lonas y toldos a la ribera del arroyo.
La vida en La Libertad
Casi tres años después, en La Libertad, sólo hay nueve casas pequeñas construidas. Las viviendas son de color gris (la apariencia del adoquín sin acabado, sin estética), con techo de láminas que apenas sale por los bordes de las paredes y con tres divisiones: dos cuartos, una estancia para sala, cocina y un baño. Adentro de las viviendas el calor de por sí fuerte en la Costa Chica de Guerrero, se eleva.
Catalina Pérez Duque es la madre de todos los Díaz Pérez que viven allí, y es quien muestra su casa para evidenciar lo mal hecha que están todas. En su cuarto por ejemplo, los bordes de un muro se desmoronan como polvorón. Mientras recorría la casa a pasos contados, narra que en las lluvias del año pasado el agua se le escurría por las paredes, y se queja que no les cumplieron con el muro que contendría el cerro que está a espalda de la vivienda.
Pero la falta de agua es lo que parece apremiarles. Reunidos al centro de la colonia y dispuestos a mostrar cómo es su vida actual, insistieron en recorrer el cauce del arroyo que ahora está seco: en lo ancho de la playa brotan lunares de colores, son cubetas y recipientes que los niños siembran en la arena para que el suelo libere el agua que quedó enterrada, muchas veces sucia y pestilente.
Mariana revela que así, porque no tienen otra forma de obtenerla, ocupaban y beben el agua.
La colonia La Libertad se encuentra a unos 15 kilómetros de la cabecera municipal de Ayutla, y a unos 30 minutos a pie de La Unión. No cuenta con ningún servicio básico.
Mariana dijo que trabaja empleándose como doméstica en Ayutla y que gana 100 pesos diarios, pero 40 pesos los invierte en pasaje hasta la cabecera municipal. Comparte que cinco de sus seis hijos y los de sus hermanos caminan todos los días para ir a la escuela al pueblo.
Narra que la vida en la sierra es otra, que allá tenían todo, pero que lo dejaron todo, hasta a su marido. Explica que el problema era con su familia, con uno de sus hermanos, que siendo comisario no quiso ceder a la presión de venta ilegal de la madera.
Ese mismo hermano aclara en la plática que ellos no quieren que el gobierno los mantengan, sólo que les dé las herramientas para sobrevivir, pues diseñaron con la ayuda de unos ingenieros un proyecto que garantiza el abasto de agua y plantean un sistema de riego para producir sus propios alimentos.
Las familias desplazadas cuentan con medidas cautelares, pero en junio de 2013 los atacaron a balazos ya refugiados en Ayutla.
Los hombres de La Libertad se sumaron a la policía ciudadana de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero para autoprotegerse, pero Mariana aún teme cada vez que sale a trabajar, porque, advierte, hay ocasiones que hombres desconocidos la persiguen.
